domingo, diciembre 03, 2006

 

La máscara de las palabras

por José de la Colina

“Larvatus prodeo”: enmascarado avanzo: ésta podría ser la consigna de los autores que escriben panfletos o libelos de manera anónima o con nombre falso. Bruno, el protagonista de Pretexta, ha recibido de algún alto funcionario del Poder el encargo de confeccionar un libelo sobre Ocaranza, catedrático y periodista, crítico del Estado, hombre de oposición. Bruno es “un agente de la escritura secreta, un halcón de la literatura”: sabiendo que su lugar está “entre la abyección y el fracaso”, que toma voluntariamente parte en un drama en el que hay “una estrategia de la infamia, una política de la calumnia, una organización de la diatriba”, utiliza datos que acerca de Ocaranza le suministran las organizaciones policiacas, los servicios secretos y otras estructuras de espionaje (sin olvidar las no oficiales, como el mundillo del chisme, por ejemplo), para elaborar su libro, para escribir una ficción en torno a un personaje verdadero.
Fracasado en el mundo visible de la literatura, Bruno va a poner en esta labor sucia y sin renombre todas las armas literarias que posee. Su repugnante misión le fascina: escribir un “libro ajeno” (es decir, un libro impersonal que firmará un autor fantasma, un libro que usa materiales como actas de comisaría, informes de guaruras, fichas psicológicas tergiversadas, habladurías más o menos colectivas), le permite gustar una suerte de poder: el daño que ese libro cause será prueba de su fuerza, tanto más cierta por cuanto provenga de la sombra, del anonimato. Todo el talento que el escritor manifiesto pone en tener un estilo, Bruno, el escritor enmascarado, lo pondrá en no tener estilo, en no ser reconocido. El miedo aunado a esta ambición de golpear fuertemente siendo “nadie” lo lleva a explorar todas las posibilidades de la literatura para lograr unas virtudes en hueco. Los problemas que se le plantean como escritor residen no sólo en inventar un personaje a partir del verdadero Ocaranza sino en ocultar perfectamente el personaje que es él, Bruno, y en lograr así una creación que, por siniestra que moralmente sea, resulte autónoma y cabal.
Artista del ataque anónimo, según su modelo del histórico “Junius” que a finales del siglo XVIII sacudió a Inglaterra con sus virulentos panfletos, Bruno, como un Flaubert depravado, buscará a su modo “la palabra justa”; aquella que apuñale sin delatar a quien lo usa. Como los grandes creadores impersonales, que hacen sus obras más vivas que ellos mismos, Bruno quiere desaparecer tras su obra: “Despistaría a sus posibles perseguidores, a los exégetas, a las ratas de biblioteca que roerían el mamotreto con lupa en mano. Se moriría de risa al imaginarlos mientras trataban de dilucidar los probables devaneos de su estilo, su voz narrativa, sus proyectos personales”. Y aquí entra una de las astucias novelísticas, por lo demás basada en un buen esbozo psicológico, de Campbell: el primero de los posibles perseguidores, exégetas y raras de biblioteca es… el propio Bruno, que para no dejar pistas a posibles escudriñadores (“descodificadores”, en el lenguaje tecnoliteratócrata de hoy), se persigue y roe él mismo, buscando expulsar de su mamotreto todo devaneo estilístico, toda voz narrativa, toda proyección personal.
Como se ve, Campbell ha revitalizado ese emotivo que la literatura de los últimos años viene reiterando hasta el desgaste, o hasta la petrificación en un lugar común: la escritura acerca de la escritura. Y lo ha revitalizado llevándolo más allá de las fronteras de la aventura meramente estética e intelectual. El drama político que se juega en este drama de una escritura, el de un país oprimido y corrupto, en el que los medios de información juegan el juego del Poder al son que el Poder toca, en el que si se deja decir muchas cosas es porque decirlas no cambia nada, en el que no sólo “delito es lo que la ley dice que es delito” sino además lo que la ley hace aparecer como delito, en el que “si desaparecen quince periodistas no sucede nada”, ese drama político es el terreno en el que puede medrar Bruno con su propio drama. Bruno con su mascara de palabras, con su palabra de máscaras. Y lo que además de un lúcido y desengañado texto crítico sobre la realidad del país, hace de Pretexta una novela viva y brillante, es precisamente la rigurosa narración de es agonía interior, la del imaginado pero muy posible pergeñador del libelo.
Campbell ha logrado un personaje que, si al comienzo parecía encaminado a perderse en la abstracción del arquetipo o en la inútil enormidad de la caricatura, finalmente se revela rico, ambiguo, denso en su ambición y en su miedo: ejecutando su tarea infame, Bruno se desvela por “proceder con la humildad del criado, con la dignidad del artista”; encuentra orgullo en ser un nadie con algún poder: “El mas alto honor consistía en la destrucción de su identidad”. “Su identidad era no tener identidad. Él era él y las cosas, el objeto pasivo de la historia, el redactor fantasma: el cronista enmascarado”. Llega al propósito de incluir en su libelo “el proceso de degradación elegida al que se entregaba un redactor seducido por la encantadora maldad del anonimato”. Es decir, aunque le angustia la posibilidad de ser descubierto un día, de ser desenmascarado mediante el análisis sintáctico, verbal, estilístico, no puede menos que ceder a la tentación de incluirse él en la historia que arma, como un Valázquez dentro de su propio cuadro, ni tampoco puede dejar de fundirse de algún modo con su presa a la vez admirada y odiada, ese profesor Ocaranaza al que, para reinventarlo, lo conforma con datos de su propia vida. Un cuento de Borges narra cómo la pugna entre dos teólogos se resuelve, en el Juicio Final, con la fusión de los dos en uno. Bruno, y esto lo eleva a una categoría de personaje trágico, se instituye él mismo su Juicio Final. Aunque el verdadero Ocaranza sea destruido Bruno habrá conseguido, mediante el fantasma de Ocaranza que rige en su mamotreto, hermanarse con él. Hermanarse sólo con un fantasma, y en el vientre promiscuo de la abyección, claro está; pero hermanarse mediante la imaginación, aunque sólo se trate de su miserable imaginación.
Aportar la literatura novelística mexicana tal personaje y tal drama, situarlos en un contexto apenas metafórico (en el cual el documento yace bajo la metáfora con una palpitación de cosa verdadera y actual), narrarlos con una serenidad que no es indiferencia: esto es lo que Campbell logra en una novela que, a mi juicio, está entre las mejores y las más perturbadoras de las publicadas en, por lo menos, estos últimos diez años.


Federico Campbell, Pretexta, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1979. 132 pp.

18 de noviembre de 1979

Comments:
COMO PUEDO ADQUIRIR EL LIBRO, YO SOY OCARANZA, ME INTRIGA CÓMO FUE QUE OBTUVO CUETIONES FIDEDIGNAS DE UN OCARANZA???
MI CORREO ES susoca33@gmail.com
 
COMO PUEDO ADQUIRIR EL LIBRO, YO SOY OCARANZA, ME INTRIGA CÓMO FUE QUE OBTUVO CUETIONES FIDEDIGNAS DE UN OCARANZA???
MI CORREO ES susoca33@gmail.com
 
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