domingo, diciembre 03, 2006

 

Escritura ante el espejo

por Juan José Reyes




Federico Campbell: Post scriptum
triste.
UNAM-Ediciones del Equilibrista.
México, 1994.

[Se terminó de imprimir en
los talleres de Data Reproductions
Corporation, Rochester Hills, Michigan,
el 10 de septiembre de 1994.]



En el principio está la vocación, aquella llamada interior que marca el camino por donde habrás de andar, o por donde deberías hacerlo. La vocación como gesto más o menos definitivo en este vasto teatro de la memoria: reconocimiento, primero, de un destino que ha de ser cumplido si no se quiere llegar a la autotraición. Ha sucedido en el caso de Federico Campbell, narrador, ensayista, cronista apasionado, afanosamente afortunado en su íntimo ajuste de cuentas: cumple con su propio llamado con limpieza y con pasión. Después está el tono, l acento personal, la abierta circunscripción de un mundo.
Federico Campbell ha estado desde el comienzo en búsqueda de la verdad, muy especialmente, dada la índole de sus textos, y dado su tono escritural. Tal búsqueda ocurre natural, plenamente: es la de un escritor que asume su papel de creador a partir de su situación distinta a la del omnisciente. En los textos de Federico Campbell intencionalmente la luz parece ser dispuesta en un medio tono, o mejor dicho en una intensa penumbra. Esta escritura discurre en campo minado y también catapultado por las dudas que emergen frente a la verdad, frente al poder. (Decir la palabra verdad significa casi decir el concepto poder.) Tan naturalmente ligado a la propiedad, el poder presume —en un sentido literal— su dominio de la verdad, de lo único válidamente suscribible. La verdad es de pocos, precisamente en la medida en que los que se ostentan como propietarios de ella rechazan las ventanas, las vías del diálogo. Federico Campbell ha visto esto terriblemente bien, como (tan buen) lector de Leonardo Sciascia que es: el discurso de la escritura no tiene más asideros definitivos que los de la imaginación noble, verdaderamente inventora, es decir una imaginación que llega a sitios vedados, nublados por las sombras del poder.
Me interesa mucho este Post scriptum triste de Federico Campbell. Me interesa esta puesta en escena de los caminos interiores de la imaginación de un autor tan dado a registrar lo que para mal o para bien sucede en el mundo exterior. Me gusta —ya entrado en el asunto— que Federico Campbell construya un diario intelectual con entera fidelidad a las filias, las obsesiones que han iluminado su intensa y concentrada obra.
Al diario, es lo cierto, le falta algo así como pudieran ser las páginas secretas. No es que yo sienta insincero al autor. En algún momento, todo lo contrario; pero si falta la explicitación de sus incursiones y excursiones reporteriles y narrativas, en el sentido íntimo (al respecto debo decir que no conozco una reciente autobiografía que publicó el autor en la UNAM). Es un diario intelectual, uno de esos conjuntos que uno lee con gusto sin falta, a condición de que su autor sea, de veras, una persona inteligente. Federico Campbell lo es; también es malicioso, también —hay que subrayarlo— no busca nunca disimular sus puntos de partida. Leo el libro de Federico Campbell con el gusto de un amigo que confirma valores comúnmente disfrutables. Con alegría y turbación, como creo que fue escrito por su autor.
Me encuentro con un escritor que no está dispuesto a ocultar sus sentimientos intensos. Como todo ensayista de real fuste, los arropa, los alimenta. Hay la expresión ciertamente triste en el título de la obra: Jane y Paul Bowles, Hammett, Juan Rulfo dan cuenta de un terrible hecho: el de la escritura imposible. Josefina Vicens, una buena escritora de obra intensa y corta, llevó, como recuerda Federico Campbell, el asunto a un extremo: el escritor que escribe acerca de un personaje que puede y no puede escribir. (En El libro el tan felizmente prolífico Juan García Ponce trata el asunto; en Casi en silencio Aline Peterson se refiere también al conflicto finalmente frustrante del ansia de la creación.)
En primer término habrá que entender este libro de Federico Campbell como una declaración de fe por el acto mismo de escribir. Lo que interesa más, lo que literalmente llama la atención, es que el autor sitúa el problema justamente en el corazón de la escritura. Ante los casos de parálisis escritural —para hablar así—, Federico Campbell apunta en su diario sin fechas: “Lo cierto es que hay una melancolía que sobreviene al acto de escribir (post scriptum triste) o, mejor, que se da después de terminar una obra, como si se sufriera un desprendimiento o se experimentara una pérdida (sería el caso de la depresión post partum). Tal vez eso explique el carácter erótico que, como piensa Bruno Estañol, toda escritura comporta, porque el escritor deposita su libido en las palabras… y la extraña tristeza que se suscita después de la eyaculación y el orgasmo en las parejas de jóvenes muy enamorados no sería sino una metáfora —o una previión— del amor desvanecido. Post coitum omne animal triste.”
Hay tres ejes en este diario acronológico e intelectual de Federico Campbell. Tres ejes que se tocan, y que por esta tangencialidad alteran, complican sus propias naturalezas. Está la verdad, aspiración presuntamente común a todo el género humano, efectivo expediente hacia la felicidad no sólo terrena sino, lo más importante acaso, eterna. Al leer al inteligente Federico Campbell recuerdo, con una sonrisa, mis lecturas juveniles de Bertrand Russell, aquel viejo que siempre fue joven, o al revés; aquel hombre que pasó por el tiempo, negando la operación contraria. Decía el joven de siempre que fue Russell, recordando —para refutarlo— a Lord Byron: el conocimiento lleva a la desdicha. La verdad no os lleva a la libertad sino a la satisfacción, nos esclaviza a nuestras frustraciones indudables. Russell, en un libro de título redondo: La conquista de la felicidad descreyó de las ofertas de la fe y quiso atenerse sólo a las precarias verdades de la inteligencia y el instinto de los seres humanos. En primera instancia Federico Campbell estaría con Byron, y no con Russell; por ejemplo, cuando escribe: “La verdad nunca ha sido útil para nadie; es un símbolo que sólo los matemáticos y los filósofos deben perseguir. En las relaciones humanas, la ternura y la mentira velan más que mil verdades.” La verdad no nos hará libres, ni felices, quiere decir Campbell. En el fondo, que es lo que importa, está de acuerdo con el matemático y filósofo Bertrand Russell: la verdad es un símbolo, pero no sólo científico sino de uso corriente. Por eso Bertrand Russell puede creer en la felicidad, por eso Federico Campbell puede creer e la escritura.
No cree Campbell en la escritura como en un ejercicio exorcista. Leo en estas líneas el reconocimiento de un destino —de nuevo: de una vocación— cuyo propósito mayor es precisamente la crítica de la verdad. Federico Campbell descree, en primer término, de las verdades establecidas de los mitos corrientes tras los que se afianzan seguridades tan fuertes como oprobiosas y ridículas. Se trata de las verdades del poder, tentación perpetua de las sociedades y de las personas humanas. Hay una nobleza en la lucha en contra del poder. La lucha buena, la que da la cara de quienes la emprenden. La lucha en contra del poder que no busca el poder. En una sola línea el autor expresa la índole de su propia tarea: Desconfía de los escritores que se hacen propaganda.” Podemos decir más, con facilidad: habrá que desconfiar de los escritores que se hacen propaganda. Los escritores, los legítimamente legibles, naturalmente desconfían de la verdad de la que los poderosos han hecho monopolio.
En el caso de Federico Campbell el poder se ha vuelto una obsesión. Desmontar las falacias del poder es reincorporar al mundo de todos los días, al mundo de la comunidad, el poder de la verdad genuina, la que es múltiple, la que siempre, por naturaleza, está a prueba. La crítica a la verdad (secuestrada) del poder está naturalmente en el poder de la ficción, y también en el de la reflexión.
La verdad que traza (éste será un buen verbo para hablar de lo que un escritor hace con sus ideas, creo) Federico Campbell consiste sobre todo en una apertura. Se funda en una crítica, que llega acaso a excesos. No es verdad que México siga siendo un país sin ley, como había dicho Graham Greene. Es totalmente cierto que la ley se rompe literalmente desde el poder que representa la policía —muchas veces—, como apunta Campbell. En México la ley es insuficientemente cumplida, es transgredida por varios burócratas. Pero no ha sido rota o abolida, como prueba el hecho solo de que todo mundo puede decir lo que quiere sin mayores temores 8 se trata de un solo ejemplo). Es cierto que la transgresión a la ley es un hecho central del ejercicio del poder, qu y en China., por ejemplo y literalmente. Hay un exceso, que literalmente podría tener consecuencias valiosas desde luego, en una visión que se resume de este modo: “En fin, siempre me he sentido una especie de voyeur del poder. Es algo que me gusta odiar. El poder es tan contemplable como la estupidez. Uno se le puede quedar mirando ininterrumpidamente. Hay cosas que son fascinantes, por ejemplo, a veces la mala fe o el cinismo son dignos de ser contemplados, o la idiotez: como cuando uno se le queda viendo a alguien que aparece en la televisión diciendo mentiras o tonterías. A veces es hasta placentero contemplar la idiotez. Así, contemplar el poder ha sido para mí fascinante, algo muy morboso e insano. Me parece algo que está muy relacionado con la muerte más que con la vida, porque siempre, a fin de cuentas, el poder es poder cuando es poder de matar. El gobernantes alguien que resolvió en lo más íntimo de su ser ese problema mayor de la ética que consiste en responderse la pregunta: ¿puedo matar o no puedo matar? ¿Me atrevería a matar o no me animaría a matar? El gobernante es alguien que desde antes de asumir el poder ya decidió que puede matar si es necesario y sin sentirnos de culpa. De todas estas cosas la literatura se puede ocupar, esa literatura que nunca le va a importar al poder.”
El párrafo anterior puede dar cuenta bien del obsedido Federico Campbell. Literariamente, la obsesión es válida, me gusta. En el mero terreno de los hechos, de la historia tal cual, del teatro de los acontecimientos, parecerá claro que Federico Campbell realiza una reducción, maniqueísta, y por tanto empobrecedora. Resulta fácil pensar que quien asume el poder total de una comunidad asume la capacidad de decidir acerca de las vidas de los miembros de esa comunidad. Esto puede ser cierto, pero no lo es. Federico Campbell, que es un narrador muy bueno, habrá de reconocer que él mismo —como escritor, como narrador— no puede olvidarse del juego del poder, es decir, de la parte de verdad que el poder entraña y que es compartida de mil formas diversas y contradictorias por la comunidad. El rechazo total del poder, puesto en estos términos, se parece mucho a una idealización de ese mismo poder. En medio pasa, puede pasar la vida, con todas sus contradicciones..
El escritor, es lo cierto, escribe quiéralo o no frente al poder. Lo hace inevitablemente: quiere dar cuenta de las verdades del mundo, mediante varias voces, y la sola voz de la escritura. Después de escribir sólo queda escribir…, si pervive el ánimo creador (el escritor Federico Campbell dice en este libro las razones o sinrazones que llevaron a Juan Rulfo al silencio). Pro el poder no es todo. Todo está en la escritura. La escritura es el tercer gran tema del libro de Federico Campbell.
Nacida por el entusiasmo, el ánimo crítico, la naturaleza creadora, la literatura va contra la verdad establecida, contra el poder establecido. Y no busca nada. Es decir: se busca a sí misma: quiere su precaria verdad, quiere un poder que se oponga a lo dominante. Campbell cierra perfectamente el triángulo: verdad-poder-escritura. Desconfía de las posibles fuerzas externas; cuando se refiere a la escritura no piensa reductivamente, con razón. Escribe con seca precisión.: “La depresión es la muerte en la vida: la bestia que todos llevamos dentro. Una amplia indiferencia por todo se apodera súbita o paulatinamente de nosotros. Oímos sin escuchar. Vemos sin mirar. El nivel de nuestra sensibilidad desciende por debajo de cero. No gozamos del concierto para oboe y cuerdas que solíamos disfrutar en otros momentos. Nuestra capacidad de diálogo se apaga hasta el enmudecimiento.”
Escribir es ir en el sentido contrario del poder. Lo dice y lo escribe bien Federico Campbell. Escribir es criticar la verdad que se impone sin crítica, es cierto. Escribir es entrar en comunión, y así es la escritura de este autor tan reflexivo como apasionado. Me interesa uno de los grandes temas de su libro: el del silencio, el de la tristeza que puede suceder al gran acto de amor, que es el de la escritura. Al plantear el asunto, Federico Campbell pone en la sólida trama de su reflexión varios ejemplos.
Alrededor de estos tres ejes cursa la ajustada y fina escritura de Federico Campbell. Ls textos que forman esta suerte de cuaderno de apuntes tienen una breve extensión: van de una línea a siete o nueve páginas. Se cuelan por ahí, como es natural, otras obsesiones del autor: como la de la historia de Fernando Jordán y su muñeca, el pasado tijuanense, el significado y los alcances de la fotografía…
Cierro la nota refiriéndome a un tema que a mí se me ha vuelto obsesión: el de los altos cobros de Teléfonos de México y el pésimo servicio que da tal empresa monopólica. Federico Campbell trata el asunto, con malicia literaria y con intención política bien cumplida.

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